ALEJANDRO CHARRO
Hace mucho tiempo, todavía en el siglo XX, se publicaba el primero de una saga literaria para niños conocida en España por el nombre de “Una serie de catastróficas desdichas” de Lemony Snicket (Daniel Handler). La historia dio el salto al cine en 2004 en una adaptación protagonizada por Jim Carrey en el papel del antagonista, el conde Olaf (en una de sus interpretaciones más aplaudidas), y es gracias a esa película por lo que conozco la historia. La película, aún tras todo este tiempo, me sigue fascinando por el tono en el que está planteada y ese humor tan…peculiar que tiene, muy alejado de lo que se suele ver en el cine juvenil, incluso hoy en día. Y por la moraleja de que, pese a las dificultades que nos encontremos en el camino, no hay que rendirse nunca. La introducción de este artículo va en la línea de cómo la plantearía Lemony Snicket, si esta fuera una historia narrada por él. Espero que os guste.
Queridos lectores,
Si estáis interesados en leer algo que os pueda dar una señal de que las cosas funcionan como es debido, será mejor que paséis a leer otro artículo en lugar de éste, porque está claro que aquí no la vais a encontrar. Es mi solemne deber transmitiros esta historia, donde todo es verídico. No comenzó especialmente bien, y tampoco se ha llegado a un desenlace, por decirlo de alguna manera, feliz. Más bien todo lo contrario. El camino por el que han transitado, y transitan, sus protagonistas, es un camino lleno de problemas, y sin perspectivas de que se solucionen sus problemas. Si queréis una lectura agradable, os sugiero leer un artículo sobre el empleo en Dinamarca, Suecia o Noruega. También me sirve Japón. Pero este artículo os hará ver sucesos llenos de pesimismo, miseria e -insisto- más pesimismo.
No todo es malo, sin embargo. Los protagonistas de esta historia nunca se rindieron, pese a que los vientos de su travesía por la vida no fueron precisamente propicios, y seguirán luchando hasta alcanzar sus objetivos. Espero que vosotros, como un servidor, podáis extraer, de los sucesos que cuento en estas líneas, conclusiones para que la situación no llegue a ser peor de lo que es en la actualidad.
Si queréis, a pesar de lo indicado, conocer hasta dónde conduce esta historia y evitar que en el futuro se repitan los problemas que aquí cuento y que afectan de lleno a estos luchadores, leed atentamente, tomad nota, y acompañadme.
Me alegra que hayáis tomado la sabia decisión de seguir leyendo. Esta historia comienza en España, a mediados de esta década, y la protagonizan tres jóvenes inteligentes, una joven y dos chicos, con ganas de comerse el mundo. La más mayor terminó una ingeniería a un ritmo de curso por año, y deseaba trabajar en España, cerca de su núcleo familiar, en una empresa que valorara su enorme talento; el mediano estudió Derecho por el Plan Bolonia (pudo escoger licenciatura) pensando que sería una fantástica decisión que repercutiría positivamente en su futuro profesional; el tercero, el más joven, estudió a la vez dos carreras (con grandes salidas, le dijeron), de manera concienzuda pensando que acabarlas en el plazo establecido le ayudaría a encontrar un trabajo en poco tiempo. En resumidas cuentas, tres jóvenes inteligentes, prometedores… y extremadamente ilusos.
Cuando terminaron la carrera en el año 2014, la crisis económica todavía persistía. La chica no era capaz de encontrar un trabajo que le permitiera hacer frente a los gastos que precisaba atender, viviendo en una ciudad cara como Madrid. El que encontraba, aparte de estar muy mal pagado, no le permitía hacer un plan de futuro a largo plazo. La joven, tras más de medio año intentando encontrar un empleo que se adecuara a algo razonable, no se resignó a quedarse más tiempo esperando una señal del cielo, y optó por buscar trabajo en Alemania, donde la recibieron con los brazos abiertos y unas condiciones que en España serían impensables. Desde entonces sigue allí, sin intenciones de volver hasta que las empresas afincadas en España valoren el trabajo de los trabajadores españoles, y abandonen la senda de la moderación salarial y las condiciones precarias.
El chico que terminó la carrera de Derecho por Bolonia, que quería trabajar como abogado, tuvo que continuar sus estudios realizando un postgrado habilitante y aprobar un examen para poder colegiarse. Como podéis ver, la carrera para trabajar como abogado es larga y no acaba en la Universidad con el grado, sino que continúa más allá de éste. Con decisión y ganas de vencer las adversidades, el joven encaró sus retos, terminó el Máster, y ahora está preparándose para el examen de acceso.
El último terminó sus estudios en seis años, y de tanto preocuparse por estudiar y acabar la carrera a tiempo, se olvidó de buscar prácticas. No se dio cuenta del error que había cometido hasta que salió de la Universidad, pues las empresas en España no son muy de apostar por los jóvenes para contratarles recién titulados, salvo si tienen tres idiomas y un expediente especialmente brillante…casos, como os podréis imaginar, poco habituales. Hubiera podido alargar sus estudios para así ser contratado en prácticas aprovechando su condición de estudiante, consiguiendo un año de experiencia laboral, algo que muchas empresas suelen exigir, pero no se le pasó por la cabeza: él quería terminar la carrera cuanto antes.
Si queréis, a pesar de lo indicado, conocer hasta dónde conduce esta historia y evitar que en el futuro se repitan los problemas que aquí cuento y que afectan de lleno a estos luchadores, leed atentamente, tomad nota, y acompañadme.
Al salir al mercado laboral, se dio cuenta de que tenía dos caminos: o bien tenía suerte y le contrataban, o bien se convertía en becario y con el paso del tiempo encontraba alguna oferta por la cual le contrataran. Analizó la primera, y pensó que las posibilidades de encontrar un contrato en su situación eran prácticamente nulas, salvo casos contados de grandes empresas que apuestan por personal joven en sectores como el de la auditoría o la consultoría…conocidas popularmente como “las grandes”, y con cierto gusto insano por alargar los horarios laborales de sus trabajadores…los juniors, claro. Por ello, no le quedó otra, pensó, que la de buscar trabajo como becario con la esperanza de que, con el paso del tiempo y a base de acumular experiencia, alguna empresa le ofreciera la posibilidad de ser contratado.
5 horas y 300 euros; trabajo no remunerado; ayuda al transporte; no ofrecemos garantías de incorporaciones futuras; y siempre, IMPORTANTE PODER FIRMAR CONVENIO… todo eso se encontraba en los portales de empleo que visitaba. Las condiciones eran lamentables, y, aun así- el chico imaginaba que por encontrarse en su misma situación- el número de inscritos para esas ofertas era abundante. ¿Por qué nadie rechaza estas ofertas, o las denuncia?, se preguntaba. Ya conocía la respuesta, sin embargo: porque nadie se creía con el potencial para cambiarlo. De esta manera, jóvenes como él acudían a becas como esas para completar su formación de tal manera que a las empresas le sale a buen precio disponer de sus servicios, que en muchas ocasiones equivalen a los de sus propios trabajadores, con escasos límites para las llamadas prácticas extracurriculares (la legislación española no establece un número máximo de convenios que se pueden celebrar con una empresa, ni el tiempo máximo que se puede estar de becario) y al tiempo que se da alas al negocio de entidades que hacen posibles los convenios en jóvenes (y no tan jóvenes) que tiempo hace que terminaran sus estudios superiores, y que en bastantes ocasiones, como ya ha señalado la jurisprudencia, termina siendo una tapadera para fraudes en la contratación, por trabajar el becario como un contratado, no tener tutor que le asista…
Al ver que era incapaz de encontrar una oferta de beca que se adecuara a sus estudios y para la que estuviera capacitado, y ya llegando al medio año de búsqueda de empleo, decidió tomar un nuevo camino: estudiar oposiciones.
Así, irse al extranjero a trabajar en unas condiciones mucho mejores que las de España, lejos, eso sí, de la cercanía de la familia y los amigos; pasar por caja y darles a instituciones educativas públicas o privadas el gusto de estudiar másters de especialización para incrementar sus fondos, postergando la entrada en el mercado laboral; y estudiar para un puesto en la Administración Pública, ante la inmensa dificultad de encontrar un puesto de trabajo por las vías “normales”, son tres opciones que podrían resumir lo que los jóvenes de hoy en día en España, tras acabar sus estudios, tienen que sufrir. Ante la situación, tenemos un Gobierno que se enorgullece de haber bajado los datos del paro, pero que no indaga en cómo es el nuevo empleo que se crea, ni de si la relación entre los datos de población activa y los de Seguridad Social es para alegrarse. Tenemos un Gobierno que no se preocupa por la situación de los jóvenes, que le da igual si se nos avoca a becas sin control que no permiten una vida digna independiente. Tenemos un Gobierno que no quiere mover un dedo para que se abandone la senda de la moderación salarial que ha empeorado tanto el nivel de vida de las familias, y las empresas dejen de ahogar a sus trabajadores con condiciones que hacen inviable la conciliación laboral.
Aprendamos de la experiencia de estos jóvenes, y no permitamos que las condiciones precarias de los becarios se expandan y acaben siendo, también, regla general entre los contratados.
ACERCA DEL AUTOR
Alejandro Charro nació en Madrid. Es Graduado en Derecho y en Administración de Empresas por la Universidad Carlos III de Madrid, y tiene el título de Máster en Asesoramiento y Consultoría Jurídico-Laboral por la misma Universidad. Actualmente estudia oposiciones para el Cuerpo de Tramitación Procesal y Administrativa. De espíritu inquieto, defensor de las conquistas históricas sociales de este país, trabajando por una España mejor de la que podamos sentirnos orgullosos, desde la política y desde fuera de ella.