ALEJANDRO GARCÍA-CÓRCOLES CARRASCAL
Francia vive desde el pasado 27 de noviembre el inicio de la precampaña electoral más agitada vivida de los últimos años, en la que se decidirá, allá por el mes de mayo, al que será el vigesimoquinto presidente de la República Francesa.
Meses atrás, y tras un sinfín de dimes y diretes, las filas de la derecha y el centro político galo convocaban, por primera vez en su historia y para envidia de muchos y ejemplo de otros tantos en Europa, unas elecciones primarias con 7 aspirantes en las que se elegía al candidato que luchará dentro de 5 meses por ocupar el sillón presidencial del palacio del Elíseo. Con todo esto, a nadie se le escapa que esta era y es una oportunidad de oro para recuperar el prestigio del partido Les Republicains (LR), perdido en parte por el peso y la sombra que dejó en el recuerdo colectivo la impronta megalómana del otrora presidente Sarkozy. Sin embargo, tampoco se ha llenado de gloria el socialista François Hollande, cuyo índice de popularidad es hoy el más bajo que ostenta un mandatario francés desde hace décadas, habiéndosele ganado a pulso tras un agitado quinquenio en el poder que ha limado gran parte de las aspiraciones del propio presidente y de su hoy dividido partido.
No obstante, ni a socialdemócratas ni a democristianos les van a faltar retos que superar. Por el momento, ya sabemos que el presidente Hollande no se presentará a su propia reelección, dada la evidente falta de apoyos con los que cuenta hasta dentro de su propia formación. Pero incluso con ese paso atrás dado por el presidente, el que sale con desventaja en todos los sondeos sigue siendo el propio partido del gobierno, el PS. La incógnita es ahora saber si otras figuras como el primer ministro, Manuel Valls, o el hasta hace poco ministro de finanzas galo y ahora independiente, Emmanuel Macron, todavía pueden salvar los muebles de la izquierda de esta posible debacle electoral que les puede venir encima.
ni a socialdemócratas ni a democristianos les van a faltar retos que superar. Por el momento, ya sabemos que el presidente Hollande no se presentará a su propia reelección
Por su parte, en el bando de enfrente ya han escogido por lo pronto, contra todo pronóstico y aplastante victoria incluida, al ex premier durante el mandado de Sarkozy (2005-2012), François Fillon. Un candidato que se situaba hace unas semanas como el tercero en discordia, tras Alain Juppé y Nicolas Sarkozy. Nada más lejos de la realidad.
Ahora con Fillon como abanderado inesperado de Les Republicains, y con un programa que vira hacia la derecha más tradicionalista, con corte liberal en lo económico y sustentado en la defensa de las raíces católicas, sólo queda por saber quiénes serán el resto de contendientes, al margen de la incógnita socialista. Por el momento sólo hay una segura en la terna, Marine Le Pen (Frente Nacional), bestia negra para el resto de partidos pasando por medios de comunicación y otras figuras del establishment político francés, pero la única a la que las encuestas se rinden y quien ha ido acumulando victorias en las sucesivas citas electorales celebradas en Francia desde 2012, municipales, departamentales y hasta regionales incluidas. Y por si nadie aún no se ha enterado, todo hace pensar que ella será la única candidata que tiene asegurado, o casi, su pase a la segunda vuelta de las elecciones de 2017.
Y es justamente esto lo que frenaría la euforia avivada desde el domingo pasado entre las filas de la derecha. Sobre todo porque aun existiendo quienes ven a Fillon como un candidato rompedor y de perfil más discreto, capaz de hacer frente a la extrema derecha de Le Pen, hay quienes por el contrario apuntan a que precisamente su elección dé al final como resultado a una copia suavizada de las políticas propugnadas hoy por la líder del FN, y que además perdería fuerza conforme fuera avanzando la campaña. Por eso, hay otros que se atreven a plantear que el hecho de contar con dos candidatos de la derecha tan similares en ciertas líneas provocaría al final un efecto contraproducente sobre el electorado, lo que daría por ubicar a los socialistas como el único salvavidas para preservar lo que muchos llaman los logros y el orgullo de la Francia reivindicativa, como la jornada de 35 horas semanales, las grandes ayudas sociales o la equiparación de derechos conseguida recientemente para la comunidad homosexual, entre otros.
Al final, y sean quienes sean los protagonistas de esta lucha, que sin duda cabe se anuncia ardua, éstos deberán apuntalar en sus programas el difícil reto de traer de nuevo la esencia de los hoy debilitados valores de la República y hacer frente al hartazgo del electorado francés ante el aire de mediocridad e inestabilidad que reina en el que hasta hace poco era uno de los países más influyentes de la escena internacional. Los franceses quieren recuperar su puesto en el mundo, porque quieren y se quieren. Eso sí, sin bajar la guardia ante las amenazas que les rodean: la inestabilidad económica, los altos índices de paro (cercanos al 11%), los casos de corrupción política cada vez más generalizados aunque sin llegar al hedor que sufrimos hoy en España; la explosión racial, y por supuesto, el azote del terrorismo que tantos sobresaltos ha provocado en el país vecino.
Al final, y sean quienes sean los protagonistas de esta lucha, que sin duda cabe se anuncia ardua, éstos deberán apuntalar en sus programas el difícil reto de traer de nuevo la esencia de los hoy debilitados valores de la República
Y es que, por si alguien se ha olvidado, aún hoy Francia se seca las lágrimas que el rastro del horror ha ido dejando en su territorio, en especial, tras los ataques de Saint-Denis, París o Niza, y que han puesto en jaque a servicios secretos, ejército y hasta al propio presidente Hollande. Una de sus consecuencias más palpables es que el estado de emergencia sigue aún vigente, y no tiene visos de levantarse, o al menos no hasta pasadas las elecciones presidenciales. Por eso mismo, lo que es seguro es que los ciudadanos franceses votarán con la amenaza muy presente y pendientes de los que sus políticos prometan para hacer frente a la que es hoy su mayor preocupación.
Con todo este planteamiento, lo que es seguro es que estos comicios serán, en mayor o menor parte, el plebiscito que avale o no la política antiterrorista puesta en marcha por Hollande y su Ejecutivo, y aunque los pronósticos no son nada halagüeños para los socialistas franceses, se abre el sendero a todo tipo de posibilidades. Después de un 2015 en el que los profesionales de la demoscopia han visto esfumada de un plumazo su credibilidad con las victorias contestadas del Brexit en Reino Unido, Donald Trump en EE.UU. o hasta el no sorpasso al PSOE en nuestro país, cualquier horizonte es posible en la Francia de 2017. Y recuerden, esa elección será decisiva para el rumbo que Europa tome en los próximos años, y por supuesto decisiva para los intereses de cientos de empresas españolas que tienen a Francia como su principal cliente. Ni se fíen de los medios y tampoco los defenestren, lo único cierto es que la decisión es y será sólo de los franceses y francesas, y ante eso sólo quedará aceptar lo que venga dado por el voto soberano. Hasta entonces: ¡que comience el espectáculo!
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ACERCA DEL AUTOR
Alejandro García-Córcoles Carrascal es un periodista español afincado en París. Ha trabajado en prensa, radio, televisión, medios digitales y relaciones institucionales. En los últimos meses ha sido corresponsal en Francia para varios medios de comunicación españoles. Ha desarrollado parte de su carrera profesional en la Región de Murcia, de donde es natural, y también en Bruselas, donde cubrió la actualidad de las instituciones de la Unión Europea. Además, es experto en Protocolo y organización de eventos. Alejandro está en Twitter.
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